Ahora la gran rueda
de oscuridad y de nubes bajas rehíla
Se arremolina en los
cielos, de sus bordes caen gotas;
Hacia el poniente, contra
el muro de blanca luz como hielo,
Árboles esqueléticos
se doblan en una corriente de aire.
Hojas, negras hojas y
humo, el viento las levanta;
Suben por mi ventana,
se arremolinan otra vez;
En un silencio
acerado, estrepitosamente cae la
Primera fría gota
golpeando una hoja marchita…
¡Fatalidad y crepúsculo
para la tierra! Me estiro
Para correr las
heladas cortinas y dejar fuera a la oscuridad,
Haciendo una pausa,
con la mano alzada,
Para observar, entre
negros pórticos de nube en ruinas,
Una estrella, —los
pórticos se desmoronan y la aplastan.
¡Aquí, miles de
libros! Aquí está la sabiduría
Destilada del polvo,
o destilada de la nada;
Escoge ahora la
palabra más densa, la hoja más dorada,
La línea más
oscuramente melodiada; pon en alto estos faroles, —
Estos miserables faroles,
sabidurías, filosofías, —
Por encima de tus
ojos, contra este muro de oscuridad;
Y entonces verás…
¿Qué? Un hilo de araña que cuelga,
Un antepecho cubierto
con media pulgada de polvo…
¡Habla, viejo sabio! Ahora,
más que nunca, te necesitamos.
Grita fuerte, levanta
voces penetrantes como hechiceros
En contra de este
ominoso atardecer, este gemido de lluvia…
¡Pero eres nada! Tus
páginas se convierten en agua
En mis dedos: frías,
frías y relucientes,
Flechiformes en la
oscuridad, rizándose, goteando—
Todas las cosas son
lluvia… Yo mismo, este cuarto alumbrado,
¿Qué somos sino un
murmuroso charco de lluvia?
Sus lentos arpegios,
líquidos, sibilantes,
Conmocionan en la oscuridad.
Estoy dentro del mundo hundido,
Bajo un techo de
lluvia, así como yace la concha del molusco
Bajo el crujiente
crepúsculo del mar;
Ningún dios se
acuerda de ella, ningún entendimiento
Penetra la luenga
oscuridad con una espada de luz.
Twilights, V (Conrad Aiken, 1899 - 1973)
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