viernes, 27 de marzo de 2020

Cómo se sentía





Aun si conservara las ropas que usé durante
aquellos doce años, aun si tuviera
las ropas que me quitaba antes de que mi madre
subiera buscándome por las escaleras: la tersa
chompa de orlón; el vestido ornado de frunces
debajo de los cuales mis latentes senos
se agazapaban bajo la piel de mi pecho;
aun si tuviera todas aquellas fajas,
aun si tuviera toda la ropa interior
de algodón, como un amigo secreto,
pienso que no podría retornar a la sensación
que tenía. Indago acerca de la estabilidad
del alma— ¿era casi la misma la que salía
luego de cada castigo,
de regreso a un yo que había estado esperándome
en el flácido montón de mi ropa? Respecto de la
circunstancia de ser golpeada, ¿a qué
se parecía: a entrar en un establo, con los animales
sueltos, mordiendo, cagando y algunos ardiendo
en llamas? Y cuando mi cuerpo reaparecía
al otro lado, y yo me pasaba revista,
10 dedos en las manos, 10 en los pies,
y revisaba aquella parte cualquiera donde
se supone que guardamos un alma, apenas me atrevía
a saber lo que yo sabía,
que aun cuando me habían echado abajo,
una vez más, a toda vela, a todo
meter, hasta el lecho de mi ser y aún
debajo de aquel lecho, era posible
que en mi esencia, en el centro de mi esencia, en alguna
mínima recámara a la que mi madre no podía 
penetrar —no penetraba— yo no había sido cambiada. 



Sharon Olds (How It Felt)  
Imagen: New Yorker