Cuando se preguntaba por
el amor, el mensaje llegaba
en el pico de un ave de
alambre y yeso. La coloratura
resultaba apenas verosímil.
Para el vuelo,
se requería de tres
tramoyistas: dos
en las poleas y otro
para la flauta. Y uno pensaba
que el ingenio se
esparcía como gracia.
Perdida nuestra máquina
de nieblas en Correos, improvisamos
con humo. La heroína
después de todo muere de tuberculosis.
Remordimiento y el crudo
aire de la noche: cualquier tenor creíble
se pondría a toser. Las
pasiones –tomo mis indicios
de una fuente obvia–
pueda que sean mucho menos meteóricas
de lo que dictan
nuestros convencionalismos, pese a que he oído
hablar de tornados que
destrozan la segunda mejor cristalería
y dejan intacto todo lo
demás.
Hay una certeza mejor
que esa que causa la perfecta
consistencia; los
griegos sabían de un dios
por el ruido que venía
detrás de su descendimiento.
El corazón, triste
bomba, protesta al punto que piensas
que está ya corroído sin
remedio, no obstante
hay una melodía en estos
contrapesos,
la voz articulada de una
celebración.
Ex Machina (LINDA GREGERSON)
Foto: Hans Kruse
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