Me gustaría
tanto nadar en el Atlántico,
nadar con
alguien que comprendía por qué
mi temor de
ahogarme no me juega tan sucio
como el de
unos huesos trasegando el lecho marino.
Me gustaría
sincronizar mi braceo con una amada.
Me gustaría
estar en la cubierta de un bote
y lanzarme
al mar y decir, sígueme,
y saber que
lo harías. El mar está frío
y además es muy hondo, añadiría en broma,
quieto,
sujeto al borde de la proa del bote.
Sopla un
viento a través del mar,
allegándose suave
a los bordes del tiempo.
Con un perro
pataleando detrás de mí,
quiero
arrastrarme a través del agua
sin dedicar
pensamientos a un futuro.
He puesto la
vista en la orilla
y allí te
fijo –estable, enfocada–
pero te dejo
cuando, desde abajo,
un llamado destriza la superficie.
(Vestiges, A. Van Jordan)
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