Siegfried Sassoon fue oficial del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial. Como resultado de su experiencia en el frente, en julio de 1917 hizo pública una declaración exigiendo la finalización de la cruenta campaña bélica en el continente por considerar que ésta había perdido su propósito original de “defensa y liberación” y no era otra cosa que una masacre injustificada. A consecuencia de ello, y luego sustraerse a una corte marcial, es internado en una clínica militar para pacientes con traumas de guerra, en la que conoce al Capitán W. H. R. Rivers, siquiatra y antropólogo, con quien inicia su “tratamiento”.
Sobre la base de estos hechos históricos, la novelista e historiadora inglesa Pat Barker construye esta primera entrega de su conocida trilogía sobre las consecuencias psicológicas del combate de trincheras durante la Gran Guerra.
En ella, las reflexiones y los diálogos que sostienen los personajes constituyen su verdadero núcleo de interés. Sassoon y Rivers se debaten entre el cumplimiento de lo que sus circunstancias y su propia formación les reclaman como un deber (la consigna que tiene Rivers es “curar” a los internos para que retornen al frente) y lo que sus inclinaciones intelectuales y afectivas consideran más racional y humano. Las concepciones tradicionales de “hombría” y “madurez”, las relaciones de camaradería y de pareja, la homosexualidad y las desigualdades sociales, dentro de este contexto bélico, son parte de la problemática que envuelve a la especial vinculación de los dos protagonistas y la de éstos con otros pacientes del “Craiglockhart Hospital”.
Con estos últimos Rivers evita aplicar los métodos psiquiátricos entonces en boga (centrados en contrarrestar brutalmente los síntomas físicos de las neurosis), animándoles a superar sus pesadillas hablando sobre ellas, por considerar que en el subconsciente radica la causa fundamental de los males físicos que les impiden retornar al campo de batalla. Al mismo tiempo, toma conciencia de que el terror experimentado por estos soldados ha deformado, en lugar de fortalecer, sus personalidades, al punto de incapacitarlos, no sólo para la lucha, sino para cualquier tipo de vida ordinaria en la sociedad.
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