sábado, 1 de septiembre de 2012

Smilla´s Sense of Snow (Peter Hoeg)

 
En estas últimas semanas de viaje, Smilla Jaspersen ha sido algo así como mi compañera de ruta. Recurría a ella en los ratos muertos, las esperas, los trayectos en tren.

Smilla, con casi cuarenta años, es una mujer soltera y solitaria. Traumatizada por su condición mestiza, ella detesta los condicionamientos y las convenciones “occidentales”, es una dura observadora de las incongruencias y limitaciones de la mentalidad “europea”, tiene una afilada lengua para las frases ingeniosas y contundentes, su cínica visión no se condice con la idea de criar una familia, es decir, no en el horrible medio en que vive, pues no tiene sentido querer formar parte de su detestable sociedad; es pues una marginal. No obstante, adora vestirse bien, de más está decirlo, a la usanza europea, y es una conocedora de la ciencia y la técnica modernas, cuyo uso tanto desprecia, pero que sabe utilizar muy bien para sus propios fines: entre otros, observar y comprender el fenómeno natural de la nieve, hacia el que tiene una especial inclinación o afinidad (de allí el título de la obra que compendia su aventura).
 
Smilla es mujer de encantos particulares; tiene, además de un temple de acero, una resistencia física más allá de lo imaginable y una capacidad para caerle bien, precisamente por esas cualidades de dureza que parecen tan de moda en algunas protagonistas femeninas de las novelas de suspenso, al peor de los rufianes con los que tiene que enfrentarse. Lo malo es que su autor la ha puesto en la incómoda situación de explicar muchas cosas. Desde sus propios orígenes groenlandeses, pasando por la traumática colonización de su tierra natal por parte de Dinamarca, los emprendimientos de explotación minera en este país, los parásitos y la medicina forense, los nazis, los juegos de azar, los peligros de la técnica en manos de gente sin escrúpulos, el capitalismo, la política en los años sesenta, el medio ambiente, los meteoritos, las matemáticas, el carácter de los daneses en contraposición con el de los inuits, las características de los barcos rompehielos y la navegación en el Ártico, el trabajo de la policía danesa, la forma en que debe cocinar y disfrutar de la comida, etc.; y por supuesto, finalmente, nada menos que la muerte de un niño.
 
Con tal espectro temático (que exige además una larga fila de personajes secundarios), el suspenso se ahoga lamentablemente en una sucesión de escenas poco espontáneas, entrevistas llenas de frases de pretendida hondura, explicaciones que, por más interesantes que resulten aisladamente, cortan el ritmo del relato y hacen necesario que luego se introduzcan pequeños trucos que alivien la tensión y hagan avanzar la trama: puertas infranqueables que se abren, entradas y salidas apresuradas, apariciones y desapariciones de forzada precisión, rápidas miradas de entendimiento, respuestas con muchos sobreentendidos, giros de carácter repentinos y de mucha buena fortuna, que conducen limpiamente a nuestra Smilla hasta el final de su autoimpuesta misión.
 
Falta, por el simple hecho de que se tendría que extender aún más esta extensa novela, esas lagunas de inacción, rutina, malas pistas y equívocos, que alimentan tan bien al suspenso, pues le confieren la ilusión de un fondo de cotidianidad o normalidad, sobre el cual el lector de alguna manera se apoya para no extraviarse completamente y disfrutar así de las correspondientes dosis de ruptura de esa normalidad.
 
Pese a todo, y aunque no puedo recomendar libremente este obra a los lectores de novelas de suspenso o thrillers, me quedaré siempre con el recuerdo de su original protagonista y su “afinidad” para la nieve.

miércoles, 22 de agosto de 2012

En recuerdo de mi maestra Rosa Elena Maldonado Valz



Ay Ave purísima


Que me consuelas
que estás en los pechos
de los salseros
que presides
la mesa
de los desconsolados
que navegas en horcajadas
en el mascarón
alta mar de los encuentros

Ay Ave purísima
que se me acaba la tinta en el pecho
y la música en mis arterias


(R. E. M. V., 2004)

domingo, 13 de mayo de 2012

Fifth Business (Robertson Davies)

Mi tardío encuentro con Robertson Davies principió con este volumen. Deptford es una aldea rural del oeste del Canadá, donde a comienzos del siglo pasado nace el protagonista y narrador de esta historia, Dunstan Ramsay. Destinado a crecer en un ambiente de estrechez material y espiritual, Ramsay trata de adentrarse, mediante las lecturas y el estudio, en otros ámbitos o realidades que estén desligadas del puritano sentido práctico de sus mayores; es así como descubre la magia artística, los mitos y la hagiografía católica. Sin ser un creyente, Ramsay comprende que hay ciertas realidades no verificables a partir de la información de los sentidos, injustificables e ignoradas dentro del pensamiento moderno, que él denomina realidades psicológicas, cuya influencia en la vida ordinaria de algunas personas resulta ser mucho más determinante que los acontecimientos “reales”, y sus necesariamente predecibles y lógicas consecuencias. Son precisamente estas personas las que, para él, resultan tener una vida más interesante que aquellos otros que han reducido su existencia a los parámetros convencionales de lo racional y provechoso, y viven con una conciencia tranquila por el relativo bienestar y el éxito social alcanzados por su buena conducta.

Junto a unos caracteres provincianos casi modélicos, y sobre un fondo tantas veces utilizado como el de la Gran Guerra y la posterior crisis económica de los años de 1930, se destacan otras vidas en las que todo el sentido de lo “correcto” falla y sus protagonistas se decantan hacia existencias excéntricas, sufrientes o bizarras. Sus decisiones y actos (y las consecuencias de éstos) buscan ser comprendidos y explicados por Ramsay sobre la base de nociones más complejas que la de los premios y castigos de una ética cristiana simplistamente concebida por quienes “conservan la crueldad de la doctrina sin la gracia poética de los mitos”. Es precisamente a través de este intento por recuperar el componente mítico de la cultura occidental, y su relación con el inconsciente individual, que Ramsay trata de entender la función o “rol” que él mismo, con sus decisiones personales, ha jugado a lo largo de su vida, respecto de los demás que lo rodean, y que es en lo que consiste la noción de “quinto personaje” que da título a la obra.    

El resultado es un relato lleno de intriga, contado con mucha gracia, desde una perspectiva culta y reflexiva, con interesantísimos puntos de vista sobre la conducta y la historia humanas, sin caer jamás en lo pedante, y que despierta además una enorme curiosidad por seguir con los otros volúmenes que conforman la Trilogía de Deptford; en los cuales otros personajes del entorno de Ramsay toman la palabra para reflexionar, siguiendo esta misma línea psicológica y a partir de unos mismos hechos, sobre sus propios destinos.    

jueves, 10 de mayo de 2012

The pretty girl




She looked at him again, gave a shrug and a smile, and then pointed to a small Italian picture, a Marriage of St. Catherine. “How should you like that?”, she asked.

“It doesn´t please me” , said Newman. “The young lady in the yellow dress is not pretty”.     
(The american, Henry James)

domingo, 22 de abril de 2012

The Bookshop (Penelope Fitzgerald)

Se dice que, como ciertos pintores que se dedican al mismo tipo de paisaje una y otra vez, hay novelistas que sólo ejecutan variaciones sobre un(os) mismo(s) tema(s). Cada libro es una versión perfeccionada, ampliada del anterior. En cierto sentido, se podría decir esto de Penelope Fitzgerald, al menos si tomo en consideración lo que de ella vengo leyendo. Hasta la fecha no he podido encontrar el libro que supere a The Beginning of Spring; sin embargo, es un gozo ir descubriendo cada uno de las versiones que –digámoslo así– lo prefiguran. No quiero decir que con leer el primero de los mencionados uno abarque en su totalidad a los últimos (y por ende no valga la pena leerlos), sino que hay en todos ellos determinadas temáticas que se van repitiendo, como una seña de identidad, aunque siempre con suficientes rasgos de originalidad para que cada libro valga la pena por sí mismo.

Los protagonistas de Fitzgerald se singularizan por un carácter esencialmente bueno, desde la perspectiva de su rectitud moral quiero decir, pero al mismo tiempo ostentan una cierta torpeza fundamental para desenvolverse frente al resto de personas y ante las exigencias inmediatas que la vida les demanda. La autora va mostrando poco a poco su peculiar interioridad, acumulando lentamente unos sucesos casi anodinos que conforman la trama, hasta que ésta se complica irremediablemente. Lo que queda al final, para el lector, es sin embargo mucho más que aquello que le ha sido, a veces escuetamente, narrado. Hay una urgencia por volver a la primera página porque uno se da cuenta de que hay algo que se le escapa de las manos. Se nos ha dejado con un pequeño abismo de cosas no dichas o quizá sólo esbozadas con una frase, como una estructura no bien formulada, invisible; digamos que sólo apuntada por la autora para que el lector mismo eche mano de su propia capacidad de comprensión y se apropie finalmente, como si lo hiciera él por su propia cuenta y riesgo, de la novela en su entera profundidad. El grado de esta complejidad es lo que va variando (aumentando o ramificándose) en cada libro.

Dicho esto, creo que no vale la pena intentar reseñar la trama de The Bookshop, a riesgo de decir más de lo que debería.

martes, 13 de marzo de 2012

The Whale

(Me parece que es muy difícil expresar con palabras la grandeza de un libro tan demandante y puntilloso, tan brutal y soberbio, como Moby Dick; pero luego es el libro mismo el que sale al paso de estas aparentes dificultades con cosas como ésta):



Oh, man! Admire and model thyself after the whale! Do thou, too, remain warm among ice. Do thou, too, live in this world without being of it. Be cool at the equator; keep thy blood fluid at the Pole... retain, Oh man! in all seasons a temperature of thine own.

(Ch. 68)

jueves, 8 de marzo de 2012

84, Charing Cross Road

Ya van semanas y semanas sin escribir nada... No estoy pasando por un buen momento y sin entusiasmo no vale la pena tratar de hacerlo. He leído, hasta el día de ayer, varios libros, pero ninguno (por más excelente que sea) me ha sacado del foso en que estoy metido. Hoy, sin embargo, un día especialmente malo, me topé con la edición de Anagrama de "84, Charing Cross Road" y puedo que decir que sí, esta vez un bonito rayo de luz se abrió paso por entre las pesadas nubes que ensombrecen el cielo bajo el que vivo. O una brisa fresca hecha de generosidad, buenos modales, confianza y amor por los libros, que apartó los nubarrones de codicia, inflación, intereses monetarios, incrementos y rentabilidad, salvaje competencia, etc, etc., que forman parte de mi vida cotidiana.
Lo que yo querría saber es lo siguiente: ¿Qué ha sucedido para que no sea posible ahora imaginar la existencia de personas como las que mantuvieron esa sencilla y hermosa correspondencia? Porque, verdaderamente, yo no me puedo imaginar a alguien en mi época que pueda hablar con tanto amor de los libros (o de cualquier objeto manufacturado y artístico) y trate con ellos sin pensar en su absurdo valor monetario, en su cualidad de mercancía, en su potencial efecto enriquecedor del bolsillo..., en fin, en la necesidad de duplicar o triplicar su valor monetario y hacer que alguien lo pague (alguien de quien se desconfía completamente, además) a pesar de todo...

Tampoco parece ser posible que en nuestros días alguien hable así de un libro:
"Parece tan nuevo y tan flamante como si nadie lo hubiera hojeado nunca, pero alguien lo ha leído: se abre espontáneamente por sus pasajes más bellos, y el fantasma de su anterior propietario me señala párrafos que jamás he leído antes."
Y, sin embargo, todas estas personas existieron en la vida real (una escritora pobre y un modesto librero, nada menos), y no hace tanto tiempo, en realidad, vivieron en lugares alejados y se cartearon durante años... y dejaron este testimonio tan sencillo y hondo a la vez. ¿Qué nos ha sucedido para que todo esto parezca un relato de pura fantasía?

martes, 10 de enero de 2012

Black Dogs (Ian McEwan)

Este fue uno de los últimos libros que leí el año pasado. Tiene un comienzo muy bueno, verdaderamente prometedor. El narrador nos introduce a su problemático universo familiar, su peculiar manera de compensar la ausencia de sus padres, su posterior aventura matrimonial con Jenny Tremaine, sus remordimientos.

En el relato hay un tono de misterio, de velado pavor, de irrealidad, que encandila y atrae. Sin embargo, el núcleo de la narración se va apartando de este primer universo para asentarse en el de la relación de los padres de su esposa, la pareja que conforman Bernard y June Tremaine. Del presente (violento, absurdo, algo cínico) nos trasladamos al final de la segunda guerra mundial, cuando ellos dos se conocen, y desde allí avanzamos hasta la caída del Muro de Berlín. Hay algo inquietante, indescifrable que flota en la narración que fluye dentro de este periodo. Nos preguntamos que ha separado tan drásticamente a Bernard y June. Es necesario retornar al final de la guerra.
Todo el relato es verdaderamente muy interesante, el libro no se puede soltar, el autor nos va preparando para la presentación final de su versión de lo que aconteció en una región al sur de Francia, un lugar de misteriosas connotaciones, allá en 1946.
Pese a que el libro me ha entretenido mucho, al final me ha parecido que la intención de exponer una idea ha opacado el natural desarrollo de la problemática de unos personajes muy interesantes. Además el inicial tono misterioso, evocador de lo invisible o incomprensible, se diluye un poco o se simplifica. Uno se pregunta si la discrepancia de June respecto del dogmatismo marxista de Bernard es suficiente para provocar una separación tan dura entre ambos. Aquí tengo la impresión que ha primado claramente el propósito del autor de contraponer dos “visiones” del mundo (una materialista y una espiritual, digamos) y mostrar que ambas son excluyentes e insuficientes, que el de conducirnos al interior de sus personajes.
En efecto, la transformación de June de una comunista ortodoxa a una creyente en Dios (no específicamente vinculada con una religión o un dogma determinados) me parece más una evolución natural, que obedece a una forma personal de experimentar la vida, que un cambio profundo, una conversión o un giro en lo más íntimo de ella. Su preocupación por solucionar los problemas de la humanidad, su entusiasmo por sacar el mejor partido a la vida, por combatir lo malo de este mundo sigue presente y eso constituye un fuerte lazo vital que la une a Bernard. Su desencanto de la ideología comunista (su convencimiento de hay otra forma de hacer frente al “mal” y su nueva definición de lo que ésto es) no resulta suficiente, en realidad, para justificar su completa separación de Bernard.
No se logra entender, dentro de las coordenadas del relato, que este hecho haya provocado tal distanciamiento, tanto como no resulta convincente que sus particulares formas de entender la vida (Bernard también se descanta del Partido, allá por los ´50s) sean verdaderamente excluyentes, al menos no suficientemente diferentes como para imposibilitar la convivencia de dos seres que se aman.