Se dice que, como ciertos pintores que se dedican al mismo tipo de paisaje una y otra vez, hay novelistas que sólo ejecutan variaciones sobre un(os) mismo(s) tema(s). Cada libro es una versión perfeccionada, ampliada del anterior. En cierto sentido, se podría decir esto de Penelope Fitzgerald, al menos si tomo en consideración lo que de ella vengo leyendo. Hasta la fecha no he podido encontrar el libro que supere a The Beginning of Spring; sin embargo, es un gozo ir descubriendo cada uno de las versiones que –digámoslo así– lo prefiguran. No quiero decir que con leer el primero de los mencionados uno abarque en su totalidad a los últimos (y por ende no valga la pena leerlos), sino que hay en todos ellos determinadas temáticas que se van repitiendo, como una seña de identidad, aunque siempre con suficientes rasgos de originalidad para que cada libro valga la pena por sí mismo.
Los protagonistas de Fitzgerald se singularizan por un carácter esencialmente bueno, desde la perspectiva de su rectitud moral quiero decir, pero al mismo tiempo ostentan una cierta torpeza fundamental para desenvolverse frente al resto de personas y ante las exigencias inmediatas que la vida les demanda. La autora va mostrando poco a poco su peculiar interioridad, acumulando lentamente unos sucesos casi anodinos que conforman la trama, hasta que ésta se complica irremediablemente. Lo que queda al final, para el lector, es sin embargo mucho más que aquello que le ha sido, a veces escuetamente, narrado. Hay una urgencia por volver a la primera página porque uno se da cuenta de que hay algo que se le escapa de las manos. Se nos ha dejado con un pequeño abismo de cosas no dichas o quizá sólo esbozadas con una frase, como una estructura no bien formulada, invisible; digamos que sólo apuntada por la autora para que el lector mismo eche mano de su propia capacidad de comprensión y se apropie finalmente, como si lo hiciera él por su propia cuenta y riesgo, de la novela en su entera profundidad. El grado de esta complejidad es lo que va variando (aumentando o ramificándose) en cada libro.
Dicho esto, creo que no vale la pena intentar reseñar la trama de The Bookshop, a riesgo de decir más de lo que debería.
Los protagonistas de Fitzgerald se singularizan por un carácter esencialmente bueno, desde la perspectiva de su rectitud moral quiero decir, pero al mismo tiempo ostentan una cierta torpeza fundamental para desenvolverse frente al resto de personas y ante las exigencias inmediatas que la vida les demanda. La autora va mostrando poco a poco su peculiar interioridad, acumulando lentamente unos sucesos casi anodinos que conforman la trama, hasta que ésta se complica irremediablemente. Lo que queda al final, para el lector, es sin embargo mucho más que aquello que le ha sido, a veces escuetamente, narrado. Hay una urgencia por volver a la primera página porque uno se da cuenta de que hay algo que se le escapa de las manos. Se nos ha dejado con un pequeño abismo de cosas no dichas o quizá sólo esbozadas con una frase, como una estructura no bien formulada, invisible; digamos que sólo apuntada por la autora para que el lector mismo eche mano de su propia capacidad de comprensión y se apropie finalmente, como si lo hiciera él por su propia cuenta y riesgo, de la novela en su entera profundidad. El grado de esta complejidad es lo que va variando (aumentando o ramificándose) en cada libro.
Dicho esto, creo que no vale la pena intentar reseñar la trama de The Bookshop, a riesgo de decir más de lo que debería.
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