jueves, 28 de mayo de 2015

Dos poemas




No te dé pena que la luz del día

Al final del día no más recorra el cielo;

No te dé pena que la belleza se haya ido

Del campo y la maleza al pasar el año;

No te dé pena el menguar de la luna,

Ni que la marea repliegue hacia el mar,

Ni que el deseo de un hombre tan pronto se consuma,

Y que ya no me veas con ojos de amor.

Esto siempre lo he sabido: el amor no es más

Que las anchas floraciones que el viento asalta,

Que la gran marea que remoja la inestable orilla,

Esparciendo frescos expolios juntados en la tormenta.

Que te apene que el corazón sea tardo en aprender 

Lo que la mente ágil observa a cada rato. 





(Edna St. Vincent Millay)





No tienes que ser buena.


No tienes que andar de rodillas

Por cientos de millas a través del desierto, lamentándote.

Sólo tienes que dejar al muelle animal de tu cuerpo

amar lo que ama.

Cuéntame de la desesperación, de la tuya, y te hablaré de la mía.

Entretanto el mundo sigue adelante.

Entretanto el sol y los claros guijarros de la lluvia

se mueven a través de los paisajes,

sobre las praderas y los profundos árboles,

las montañas y los ríos.

Entretanto los gansos salvajes, altos en el limpio aire azul,

se dirigen a casa otra vez.


Quien quiera que seas, no importa cuán sola,

el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como a los gansos salvajes, rudo y excitante…
una y otra vez proclamando tu lugar
en la familia de las cosas. 




(Mary Oliver)


Foto: Juan Pablo Torres Muñiz

martes, 12 de mayo de 2015

Tan lejos






Es mi hora almorzar, así que me voy

a caminar entre el color de murmullo

de los taxis. Primero, bajando por la acera

donde los obreros ceban sus torsos sucios

resplandecientes con sándwiches

y Coca-Cola, los cascos amarillos

puestos. Se protegen de la caída de

ladrillos, supongo. Luego hacia la

avenida donde faldas revuelan

por encima de tacones y se abultan sobre

las rejillas. El sol es candente, pero

los taxis agitan el aire. Busco ofertas

entre relojes de pulsera. Hay unos

gatos jugando entre aserrín.

                                           Sigo

hasta Times Square, donde el anuncio

esparce humo sobre mi cabeza, y más arriba


la cascada se derrama suavemente. Un

hombre negro parado en un portal con un

mondadientes, rascando lánguidamente.

Una bailarina rubia lo distrae: él

sonríe y se frota la quijada. Todo 

de pronto proclama: son las 12:40 de

un jueves.

                     La luz de neón en el día es un

gran placer, como Edwin Denby lo pondría

por escrito, como son las bombillas en pleno día.

Me detengo por una hamburguesa en JULIET´S

CORNER.  Giulietta Masina, esposa de 
  
Federico Fellini, è bell’ attrice.

Y malteada de chocolate. Una dama en una piel

de zorro en un día como éste asegura a su poodle

en un taxi.      
             
                Hay muchos puertorriqueños

hoy en la avenida, lo cual la

vuelve bonita y cálida. Primero

Bunny murió, luego  John Latouche,

luego Jackson Pollock. Pero, ¿está la

tierra tan llena como lo estaba la vida, de ellos? 

Ya uno ha comido, se pone a caminar

a lo largo de las revistas con desnudos

y pósteres de CORRIDAS TAURINAS y

del Manhattan Storage Warehouse, 

que pronto demolerán. Solía

creer que el Armory Show tenía

lugar allí.

              Un vaso de jugo de papaya

y de regreso al trabajo. Mi corazón está en

mi bolsillo, es Poemas de Pierre Reverdy.    





A Step Away from Them, Frank O´Hara 


lunes, 4 de mayo de 2015

Sincronía




Leí en alguna parte

que si los peatones no quebrantaran las leyes de tránsito para cruzar

Times Square cuando sea y por cualquier medio posible,

        la ciudad toda

pararía, se pararía.

Los autos se amontonarían hasta Rhode Island,

una épica malla tupida que ni siquiera un gato

podría enhebrar. No es la ley sino el esparcirse

de nuestras distintas voluntades lo que nos hace fluir. Hoy amé tanto

el descaro sin precedentes

de unos cargadores de pianos, aupando a un grandioso bebé bien

amarrado en la Novena Avenida antes de una tormenta. 

Eran un par hosco y vigoroso, cínicos

como cualquier jornalero. Sabían lo que se avecinaba,

el instrumento laqueado en blanco, el cielo negro henchido

como un mal globo de agua y en un instante de aguja

explotó. Una ducha como manguera de bombero,

durante algunos latidos, todo la ciudad se paró,

pausó, el golpe de un corazón, y luego todo continuó en staccato.    

Y fue un gozo ser testigo no de un

milagro cualquiera: en un solo instante todas las negras

sombrillas en Hell’s Kitchen se abrieron como a una voz, todo el mundo

aún en movimiento. Fue una escena sacada de una ópera no escrita,

la zarpa de una vasta armada.

Y cuatro damas interrumpieron su propio lento caminar

para acompañar a los cargadores del piano, 

cada una sosteniendo lo que alguna vez habían sido

parasoles de encaje por sobre el refunfuño de los hombres. Pasé

por el corrito de ballerinas en pastel acurrucadas

bajo la marquesina de la vuelta

en fila para una convocatoria abierta… extremidades de cigüeña, talones

zigzagueados de lacitos, algunas pasándose un cigarrillo encendido

entre sí. La ciudad vive de la belleza, muere de hambre

por ella, la cría. Viniendo a casa después de medianoche,

a mi barrio desierto con su famosa excesiva

estadística de ratas en el subterráneo, oí a un tenor exhalar puro

anhelo a través de los cañones de ladrillo, la luna humeante

abrió su boca para beber desde allí arriba…



A Perfect Mess, Mary Karr