A veces uno se encuentra con oportunidades del todo inesperadas. Así me ha ocurrido con este libro, que no esperaba poder leer tan pronto. Hallé esta versión en inglés (traducción de William Johnston) en una biblioteca que visito con alguna frecuencia y no pude evitar prestármelo.
El núcleo de la historia se desarrolla a partir del año 1637. Ha pasado casi un siglo desde que el jesuita Francisco Xavier arribara al Japón y más de veinte años desde que se dictara el decreto de expulsión de los misioneros cristianos de las islas. El protagonista, Sebastian Rodrigues, llega secretamente a este país en busca de un misionero portugués (Ferreira), antiguo maestro suyo, que, según vergonzosos rumores, ha renunciado públicamente a su fe, a consecuencia de las torturas infligidas por las autoridades japonesas; asimismo, tiene el firme propósito de dar consuelo y atender espiritualmente a los miles de cristianos nativos, obligados a practicar su recientemente adquirida religión a escondidas, debido la prohibición que ha recaído sobre el cristianismo; y, si fuese necesario, ofrecer su vida como mártir.
Poco a poco, el armazón de concepciones con que Rodrigues inicia su misión se deshace por efecto de la peculiar realidad a la que se enfrenta, y la forma en que entiende el cristianismo entra en una profunda crisis, que lo lleva a replantear o reenfocar sus creencias radicalmente. Las autoridades japonesas han aprendido a utilizar ciertos aspectos de la doctrina cristiana en su dedicada y sutil labor de erradicación del cristianismo. Estos horrendos métodos, ante los que Dios parece guardar silencio, tienen el efecto de hacer desmoronar en Rodrigues la seguridad que sentía, antes de llegar, en la grandeza de la labor misional y el poder espiritual de la iglesia romana.
La novela busca profundizar en el tipo de cristianismo que llegó al Japón y cómo esta particular manera de entender la fe (que subraya la victoria de los mártires que resisten el dolor, y la vergüenza de los débiles que sucumben a las tentaciones) pierde entidad en su traslado a suelo japonés. Severamente cuestionada esta armazón legalista que busca diferenciar con claridad la conducta fiel de la infiel, la del fuerte de la del débil, y utilizada en contra de los mismos cristianos, lo que queda es el rostro maltratado y agotado de un Cristo que es extraño a la gloria y al honor con que el Japón adornó, en sus inicios, a la labor de los misioneros cristianos, y mucho más cercano a la vida cotidiana que llevaron, después de aquellos años de esplendor, los nativos que quisieron conservar su fe.
Estos planteamientos me han hecho recordar un poco a ciertas novelas de Graham Greene (sobre todo, El poder y la gloria). Aquí dejo un enlace con alguna información más sobre el autor y el traductor, a quien se agradece la necesaria introducción (con las debidas referencias históricas) con que ha acompañado su versión del texto original.
El núcleo de la historia se desarrolla a partir del año 1637. Ha pasado casi un siglo desde que el jesuita Francisco Xavier arribara al Japón y más de veinte años desde que se dictara el decreto de expulsión de los misioneros cristianos de las islas. El protagonista, Sebastian Rodrigues, llega secretamente a este país en busca de un misionero portugués (Ferreira), antiguo maestro suyo, que, según vergonzosos rumores, ha renunciado públicamente a su fe, a consecuencia de las torturas infligidas por las autoridades japonesas; asimismo, tiene el firme propósito de dar consuelo y atender espiritualmente a los miles de cristianos nativos, obligados a practicar su recientemente adquirida religión a escondidas, debido la prohibición que ha recaído sobre el cristianismo; y, si fuese necesario, ofrecer su vida como mártir.
Poco a poco, el armazón de concepciones con que Rodrigues inicia su misión se deshace por efecto de la peculiar realidad a la que se enfrenta, y la forma en que entiende el cristianismo entra en una profunda crisis, que lo lleva a replantear o reenfocar sus creencias radicalmente. Las autoridades japonesas han aprendido a utilizar ciertos aspectos de la doctrina cristiana en su dedicada y sutil labor de erradicación del cristianismo. Estos horrendos métodos, ante los que Dios parece guardar silencio, tienen el efecto de hacer desmoronar en Rodrigues la seguridad que sentía, antes de llegar, en la grandeza de la labor misional y el poder espiritual de la iglesia romana.
La novela busca profundizar en el tipo de cristianismo que llegó al Japón y cómo esta particular manera de entender la fe (que subraya la victoria de los mártires que resisten el dolor, y la vergüenza de los débiles que sucumben a las tentaciones) pierde entidad en su traslado a suelo japonés. Severamente cuestionada esta armazón legalista que busca diferenciar con claridad la conducta fiel de la infiel, la del fuerte de la del débil, y utilizada en contra de los mismos cristianos, lo que queda es el rostro maltratado y agotado de un Cristo que es extraño a la gloria y al honor con que el Japón adornó, en sus inicios, a la labor de los misioneros cristianos, y mucho más cercano a la vida cotidiana que llevaron, después de aquellos años de esplendor, los nativos que quisieron conservar su fe.
Estos planteamientos me han hecho recordar un poco a ciertas novelas de Graham Greene (sobre todo, El poder y la gloria). Aquí dejo un enlace con alguna información más sobre el autor y el traductor, a quien se agradece la necesaria introducción (con las debidas referencias históricas) con que ha acompañado su versión del texto original.
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