martes, 26 de agosto de 2008

The Love of a Good Woman (Alice Munro)




Hasta hace poco la escritora canadiense Alice Munro (nacida en 1931) era una desconocida para mí.
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Las narraciones de este libro condensan admirablemente, dentro de treinta o cuarenta páginas, complejos mundos de relaciones humanas, que abarcan muchas veces amplios periodos cronológicos, involucrando a una interesante diversidad de personajes.

Dueña de un estilo trabajado hasta la perfección, en cada uno de sus párrafos las palabras parecen haber sido elegidas con exquisita sobriedad y precisión connotativa. Gracias a su especial habilidad para escoger y describir ciertos incidentes de aparente normalidad, y plantear situaciones ordinarias pero preñadas de consecuencias y significaciones, en sus historias los gestos o palabras en una conversación, las memorias de un personaje o la sencilla descripción de sus acciones van explicitando, poco a poco, motivaciones y temores secretos, o íntimas frustraciones y decepciones, destinos familiares y transformaciones sociales, diferencias e incomprensiones entre las personas de distintas generaciones y las consecuencias irremediables de decisiones del pasado. Su consumada técnica para construir una historia a partir de distintos puntos de vista y mediante el uso de elipsis temporales y femenina prolijidad para los detalles, involucrar al lector desde la primera línea y tejer una trama emotiva y sugerente hasta la última, hacen de la lectura de estos cuentos una experiencia difícil de olvidar.

El escenario de los relatos que componen este libro son casi siempre pequeñas ciudades y ámbitos rurales del suroeste del Canadá y los protagonistas, mujeres que crecieron en los difíciles años después de la Segunda Guerra o que vivieron sus años de juventud durante la década del setenta, que salieron de un pueblo rural para ser escritoras en la ciudad o que regresan a la casa donde crecieron para escribir una carta de despedida (la traducción es mía) :
“¿Qué si la gente hiciera realmente eso, enviar su amor a través del correo para deshacerse de él? ¿Qué sería aquello que enviarían? Una caja de chocolates con centros como yemas de huevo de pavo. Una muñeca de barro con las órbitas de los ojos vacías. Un montón de rosas sólo un poco más aromáticas que podridas. Un paquete envuelto en sangriento papel periódico que nadie quisiera abrir. Cuídate…”.

viernes, 22 de agosto de 2008

The Sea, the Sea (Iris Murdoch)


Deseoso de dejar atrás los avatares de una existencia centrada en satisfacer sus apetencias personales, Charles Arrowby, un viejo director de teatro, se retira a una casa recién adquirida, a las orillas de un acantilado de la costa británica, para tratar de llevar una vida solitaria y reflexionar sobre sí mismo.
El inesperado encuentro con Hartley, un amor de adolescencia –convertida ahora en la anciana esposa de un hombre tosco y simple– hace revivir en él la experiencia de lo que siempre consideró como su único afecto verdaderamente “inocente”, libre del deseo de autosatisfacción que caracterizó a todas sus pasajeras aventuras amorosas en el mundillo londinense del arte dramático. Una intempestiva obsesión por hacer realidad su antiguo anhelo de unirse para siempre a su amada, resucitando una púber castidad perdida, se apodera de su voluntad sumergiéndolo en un irremediable desasosiego.
En esta voluminosa narración, presentada en la forma de inconstantes anotaciones en un ficticio diario, Iris Murdoch propone una reflexión sobre la sujeción de una personalidad profundamente individualista a la necesidad de apoderarse de o dominar la voluntad y el afecto de otros seres humanos.
Como contrapartida, otro inesperado personaje, que junto a antiguas amantes y hombres del viejo círculo de Charles arriba para importunar su retiro, es el que marca finalmente el rumbo de esta historia. Su primo hermano James Arrowby, a quien unen desde la infancia intrincados sentimientos de envidia y admiración, es un oficial del Ejército que pasó varios años de servicio en el Tibet y se ha convertido en un conocedor de la filosofía budista. La extraña intromisión del célibe y reservado James lleva a que Charles, a su pesar, se sienta intrigado por el misterio que encierra la subyugación voluntaria de las apetencias y afecciones personales, y la consecuente (¿real?) liberación de una ciega causalidad que, con la indolencia del mar, parecer ser lo único que decide el destino de los hombres que no optan durante su vida por una ascesis

Regeneration (Pat Barker)



Siegfried Sassoon fue oficial del ejército británico durante la Primera Guerra Mundial. Como resultado de su experiencia en el frente, en julio de 1917 hizo pública una declaración exigiendo la finalización de la cruenta campaña bélica en el continente por considerar que ésta había perdido su propósito original de “defensa y liberación” y no era otra cosa que una masacre injustificada. A consecuencia de ello, y luego sustraerse a una corte marcial, es internado en una clínica militar para pacientes con traumas de guerra, en la que conoce al Capitán W. H. R. Rivers, siquiatra y antropólogo, con quien inicia su “tratamiento”.
Sobre la base de estos hechos históricos, la novelista e historiadora inglesa Pat Barker construye esta primera entrega de su conocida trilogía sobre las consecuencias psicológicas del combate de trincheras durante la Gran Guerra.
En ella, las reflexiones y los diálogos que sostienen los personajes constituyen su verdadero núcleo de interés. Sassoon y Rivers se debaten entre el cumplimiento de lo que sus circunstancias y su propia formación les reclaman como un deber (la consigna que tiene Rivers es “curar” a los internos para que retornen al frente) y lo que sus inclinaciones intelectuales y afectivas consideran más racional y humano. Las concepciones tradicionales de “hombría” y “madurez”, las relaciones de camaradería y de pareja, la homosexualidad y las desigualdades sociales, dentro de este contexto bélico, son parte de la problemática que envuelve a la especial vinculación de los dos protagonistas y la de éstos con otros pacientes del “Craiglockhart Hospital”.
Con estos últimos Rivers evita aplicar los métodos psiquiátricos entonces en boga (centrados en contrarrestar brutalmente los síntomas físicos de las neurosis), animándoles a superar sus pesadillas hablando sobre ellas, por considerar que en el subconsciente radica la causa fundamental de los males físicos que les impiden retornar al campo de batalla. Al mismo tiempo, toma conciencia de que el terror experimentado por estos soldados ha deformado, en lugar de fortalecer, sus personalidades, al punto de incapacitarlos, no sólo para la lucha, sino para cualquier tipo de vida ordinaria en la sociedad.