Por estos días he estado leyendo, entre otras, dos novelas breves que fueron seleccionadas, en distintos años, como finalistas del premio Booker y que, a pesar de su excelencia, finalmente no lo obtuvieron.
Master Georgie, de Beryl Bainbridge, fue seleccionada además, en una encuesta, como la mejor entre otras cinco obras de esta misma autora que fueran, en distintas épocas, finalistas del mencionado Booker.
Esta obra está narrada, de manera alternada, por tres de los protagonistas, de manera que cada cual puede ofrecer al lector su particular perspectiva de los sucesos y del conjunto de los personajes que intervienen en ellos.
Con esta técnica se consigue despistar al principio, pero sirve para crear una impresión muy clara de lo subjetivas y fragmentarias que pueden ser las narraciones que hacen las personas sobre las cosas que las afectan más de cerca.
Progresivamente se va conociendo cuáles son las verdaderas relaciones que existen entre todos los personajes y los sentimientos que los unen. El efecto que se busca producir a partir de las cosas relatadas –más allá de lo desagradables que en sí mismas resultan las peripecias de una guerra, como fue la de Crimea (1853-6), trasfondo principal del relato– es chocante e inesperado. Se trata de revelar paso a paso una realidad truculenta y escabrosa, debajo de una apariencia de respetabilidad victoriana. En su brevedad, la novela quiere ofrecer un sintético tapiz social, a partir de distintos puntos de vista, que ponga en evidencia un inconciliable contraste entre los deseos y sentimientos con que las personas actúan en su vida cotidiana y las estructuras y costumbres que busca imponer, a todos por igual, la moral de una civilización.
On Chesil Beach, de Ian McEwan, me ha parecido un relato más fino, interesante y completo, a pesar de que hay un solo narrador y dos protagonistas, típicos personajes, además, de una trama amorosa: jóvenes ingleses, educados, sensibles, atractivos.
Si podría decir que el autor no se ha tomado molestias a la hora de escoger unos personajes, un ambiente y unos contextos familiares y sociales (en contraste con Bainbridge que busca dar voz a seres de dispares posiciones sociales y niveles culturales y además ponerlos en medio de una guerra del siglo antepasado), pero la alternativa de ahondar en el perfil psicológico de los dos amantes protagonistas resulta ser una elección muy atractiva.
Hay, en este sentido, equilibrio y contención en la presentación del tiempo y lugar (Oxford y Londres, poco antes de la revolución de las costumbres en los años ´60), o en la descripción de la mentalidad y la educación con que los protagonistas llegaron a la adultez, sin que la trama quede determinada por el contraste entre estos condicionamientos y los impulsos individuales de los personajes.
No se puede decir, pues, que la problemática que afecta a los personajes sea sólo un producto de los factores sociales, de unas tradiciones o de la forma en que la sociedad contribuye a moldear el carácter de los individuos. Hay además un asunto muy personal bajo análisis y luego una decisión que provoca preguntas y remordimientos, y en esto el relato de McEwan me ha parecido, en el fondo, ser más complejo o intrincado que la más arriesgada y variopinta invención de Beryl Bainbridge.
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