domingo, 18 de septiembre de 2011

Quartet (Jean Rhys)




De todos los libros que he estado leyendo por estos días, es éste el que se lleva las palmas como el mejor.

Estamos en la década de 1920; Marya Zelli (née Hugues) es una joven inglesa que, después de unos años de dura supervivencia en su país, decide llevar una vida de bohemia en París –entre otras cosas, decide renunciar a la preocupación cotidiana por la búsqueda del sustento material– junto a su esposo, un misterioso traficante de origen polaco, quien la mantiene.

Cuando este último va a la cárcel, Marya se encuentra desamparada, hasta que el matrimonio Heidler (una pareja inglesa) decide acogerla. Pero los Heidler son también personas que han decidido que sus vidas deben transcurrir por senderos distintos a los de la gente común. Se ufanan de una superioridad moral sustentada, entre otras cosas, en algunas inclinaciones intelectuales y artísticas, y que ponen de manifiesto precisamente en este gesto de inesperada liberalidad hacia Marya.


Pero todo ello no resulta ser, en realidad, otra cosa que la exteriorización de una retorcidísima forma de entender la conducta humana, que justifica la infidelidad conyugal y el más frío desinterés por el prójimo con sofisticadas argumentaciones que, desde mi punto de vista, resultan ser sofismas que despojan a ciertos valores humanos de su autenticidad, hasta dejar de ellos sólo una pátina de simple dureza de carácter, cuando no de mera apariencia de respetabilidad.

A su lado, Marya se ve a sí misma como una sencilla adúltera, cándida y frágil (a naïve sinner). La vida fácil que buscaba era sólo aquella de quien vive románticamente el día a día, vagando por un lugar hermoso, sin cuidados ni planes de futuro. Con los Heidler se ve forzada a convivir con formas más sutiles de satisfacción y supervivencia, que involucran una fuerza de voluntad y una malicia superiores a las suyas.

Las intensas pinceladas de la autora sirven para evocar la peculiar miseria de Marya, algo similar a la de otros expatriados que residían, por aquellos dorados años, en París, tratando de encontrar la felicidad en el solo contacto con sus bellas callejas y atrayentes cafés. Este sueño no podía ser sino aplastado por la cruda realidad de las necesidades más elementales, que incluyen a la de hacer del más débil el chivo expiatorio de las culpas de los más fuertes.

Finalmente, debo señalar que este comentario, que tiene mucho que ver con la relación de la autora con el famoso escritor Ford Madox Ford, fue lo que me animó a leer este libro.

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