viernes, 28 de octubre de 2011

Shroud (John Banville)




Como ha sucedido a mucha gente (supongo), yo conocí a John Banville gracias al premio Booker que le dieron por su novela The Sea (2005). Fue un libro que disfruté, en su momento, se puede decir que párrafo a párrafo, gracias a lo esmerado y evocativo de su estilo; una experiencia que he buscado revivir después en otras obras del mismo autor.

Lamentablemente, en las novelas suyas que llevo ya leídas –Copérnico, Eclipse y ésta, Shroud– no he vuelto a repetir aquella inolvidable aventura. Evidente es que Banville es un consumado prosista, con un estilo muy propio, que no pierde en estas obras… ¿Qué es lo que es diferente? El punto de vista sigue siendo el mismo, la carga de subjetividad, las densas y obsesivas descripciones...

En Shroud, el protagnista-narrador se hace llamar Axel Vander, académico de origen belga. Carga con un pasado oscuro, que tiene su origen en los avatares de la época inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial. Una joven con trastornos psíquicos, llamada Catherine Cleave (la hija del Alexander Cleave de Eclipse), se pone en contacto con él, al parecer, para chantajearlo con un documento que revelaría algo importante de aquel pasado. Este algo tiene que ver directamente con una “identidad” o un “yo”, que es lo que Vander, el intelectual, niega que pueda existir como una realidad estructurada, coherente o única.

“Shroud” quiere decir mortaja o sudario y alude, entre otras cosas, al hecho de que Vander ha construido su vida fabricándose una identidad impostada, encubriendo sus orígenes, presentándose a los demás con una máscara que le permita liberarse de cualquier condicionamiento que le pueda venir impuesto por un pasado, unos lazos comunitarios, un compromiso o un ideal que no tenga que ver con su propia sobrevivencia…

Toda la acción de la obra se presenta al lector filtrada por la subjetividad de este narrador. Aparecen y desaparecen personajes, como fantasmas o alucinaciones, cuya influencia o importancia no se puede calibrar a cabalidad, salvo cuando el mismo narrador decide revelar, caprichosamente, algún hecho concreto o una palabra dicha por aquellas sombras-personajes, a las que él se refiere con un desdén que recuerda demasiado al del Humbert de Lolita.

Pero es el excesivo peso que tiene en toda la obra la personalidad del Axel Vander, en detrimento de lo todo lo que no sea él, lo que termina restando atractivo a su relato. Lo puramente falso o grotesco, la ausencia de esperanza o de sentido, la negación de todo lo que sea aplastante casualidad, aunque venga justificado o respaldado por un sustrato teórico o filosófico, y/o condimentado con frases ingeniosas, al final cansa. Ni el cambio, en algunos pasajes, de la primera a la tercera persona (y en cierta forma, del punto de vista, de Vander a Catherine Cleave) consigue aliviar el peso que tiene, sobre la “realidad” narrada, una subjetividad hecha de cosas negativas, de ausencias, de incongruencia y dispersión… Sólo hay un instante, me ha parecido a mí, en que Vander parece abandonar esta condición de vida (éste, su “aparato crítico” o su cínica manera de aproximarse a todo) y se deja arrobar por la presencia de Catherine Cleave:

For a moment I was dazzled by the otherness of her. Who was she, what was she, this unknowable creature, sitting there so plausibly in that deep box of mirrored space? Yet it was the very she, in all the impenetrable mysteriousness of her being entirely other, that I suddenly desired, with an intensity that made my heart constrict…”

En contraste, The Sea, una obra que se ha calificado como más ligera, al carecer precisamente su personaje principal de la carga intelectualista del Vander de Shroud, consigue aproximarse más eficazmente a los sentimientos humanos, dibuja personajes más completos, presenta un mundo novelesco menos esquematizado y más cercano a la vida, al misterio o al embrujo de la vida, a las cosas inmediatas que la voz del narrador Max Morden, o la prosa de Banville, acierta a describir y evocar.

martes, 11 de octubre de 2011

La boda de Ángela (José Jiménez Lozano)



Qué difícil puede resultar conseguir leer a determinados autores españoles. En este caso, gracias a la bondad de una querida viajera (a traveling cuy), he podido tener en mis manos este interesantísimo y breve volumen, una evocación, algo intrincada, que ha requerido de una placentera segunda lectura (sin que, empero, pueda decir que me haya enterado de todo).


El narrador de esta historia se dirige a su hermana Tesa para contarle algunos incidentes de la boda de la sobrina de ambos, Ángela, un evento común y corriente, en apariencia, pero que da pie a que la memoria de aquel se despliegue por varios rincones de la historia de su familia, que explican el por qué de aquella boda y el desenlace de la misma.



Como en la obra de Shirley Jackson que leí hace poco, se presenta aquí, como eje del relato, un enfrentamiento que podría ser resumido, escuetamente, de esta manera: un entorno familiar, rural, anclado en el pasado, noble y austero, contrapuesto al más difuso, extraño y agresivo mundo de “los notarios, ingenieros y hombres de negocios”, que llegan a la finca donde tiene lugar la boda.


Pero la ejecución de esta novela resulta mucho más interesante: el narrador es más escueto y cauteloso; evita todo lo que sea prescindible; es exquisito sin parecerlo; y deja que se escuchen –libres, desnudas– las voces de cada uno de los protagonistas, como si efectivamente sólo se estuviera dirigiendo, al contar la historia, a su hermana Tesa, que los conoce a todos. El recurso de dirigirse a ella ("¿te acuerdas, Tesa?") sirve de motivo para prenderse de un detalle, un dicho o una palabra y evocar, rompiendo inesperadamente la continuidad del relato, un suceso específico de otro tiempo, que sirve para iluminar precisamente la acción del presente.


La voz narrativa mezcla con habilidad, al igual que los diferentes tiempos de la historia, el lenguaje coloquial con el culto, el vocablo castizo con el habla local y familiar. Por otra parte, parece que sólo rozara los temas de fondo, tratándolos con aparente sencillez, pero permitiendo que el lector vislumbre una profundidad que lo lleva a querer releer nuevamente el texto, para atar todos los cabos y valorar otra vez la importancia que tiene cada frase para la comprensión del conjunto.



Parecen cosas nimias y obvias, pero la maestría de este escritor está, me parece, en el cuidado con que trata cada una de estas cosas pequeñas, y en la coherencia y armonía con que se refiere a temáticas varias y hondas, con el marco de un mundo novelesco atractivo, sin recurrir a expresiones solemnes o recargadas, ni párrafos repetitivos e innecesarios.

jueves, 6 de octubre de 2011

Silence (Shusaku Endo)





A veces uno se encuentra con oportunidades del todo inesperadas. Así me ha ocurrido con este libro, que no esperaba poder leer tan pronto. Hallé esta versión en inglés (traducción de William Johnston) en una biblioteca que visito con alguna frecuencia y no pude evitar prestármelo.

El núcleo de la historia se desarrolla a partir del año 1637. Ha pasado casi un siglo desde que el jesuita Francisco Xavier arribara al Japón y más de veinte años desde que se dictara el decreto de expulsión de los misioneros cristianos de las islas. El protagonista, Sebastian Rodrigues, llega secretamente a este país en busca de un misionero portugués (Ferreira), antiguo maestro suyo, que, según vergonzosos rumores, ha renunciado públicamente a su fe, a consecuencia de las torturas infligidas por las autoridades japonesas; asimismo, tiene el firme propósito de dar consuelo y atender espiritualmente a los miles de cristianos nativos, obligados a practicar su recientemente adquirida religión a escondidas, debido la prohibición que ha recaído sobre el cristianismo; y, si fuese necesario, ofrecer su vida como mártir.

Poco a poco, el armazón de concepciones con que Rodrigues inicia su misión se deshace por efecto de la peculiar realidad a la que se enfrenta, y la forma en que entiende el cristianismo entra en una profunda crisis, que lo lleva a replantear o reenfocar sus creencias radicalmente. Las autoridades japonesas han aprendido a utilizar ciertos aspectos de la doctrina cristiana en su dedicada y sutil labor de erradicación del cristianismo. Estos horrendos métodos, ante los que Dios parece guardar silencio, tienen el efecto de hacer desmoronar en Rodrigues la seguridad que sentía, antes de llegar, en la grandeza de la labor misional y el poder espiritual de la iglesia romana.

La novela busca profundizar en el tipo de cristianismo que llegó al Japón y cómo esta particular manera de entender la fe (que subraya la victoria de los mártires que resisten el dolor, y la vergüenza de los débiles que sucumben a las tentaciones) pierde entidad en su traslado a suelo japonés. Severamente cuestionada esta armazón legalista que busca diferenciar con claridad la conducta fiel de la infiel, la del fuerte de la del débil, y utilizada en contra de los mismos cristianos, lo que queda es el rostro maltratado y agotado de un Cristo que es extraño a la gloria y al honor con que el Japón adornó, en sus inicios, a la labor de los misioneros cristianos, y mucho más cercano a la vida cotidiana que llevaron, después de aquellos años de esplendor, los nativos que quisieron conservar su fe.

Estos planteamientos me han hecho recordar un poco a ciertas novelas de Graham Greene (sobre todo, El poder y la gloria). Aquí dejo un enlace con alguna información más sobre el autor y el traductor, a quien se agradece la necesaria introducción (con las debidas referencias históricas) con que ha acompañado su versión del texto original.