domingo, 23 de octubre de 2016

Caja Negra



Aquí estoy, Señor, sobre estas piedras que otros ordenaron
Y que otros destruyeron
Lo más recta que puedo, y aunque muy vieja
Muy erguida
Porque de esta manera enfrento al tiempo y puedo todavía
Decir que alguna vez aquí se alzó tu pueblo, y que en
esta colina
Guardaban a sus muertos para que no abusaras del olvido.





Ya no os visito tías, ni mi cuerpo
Es el pequeño cuerpo que antes era, 
Ni mi voz, ni mis pelos ahora grandes
Acompañan despacio sus andadas
Que la muerte repliega hacia lo oscuro,
Su lenta precisión, el tino, todo
Lo que los elementos formularon.
Ya no, ya no, oh tías entregadas
Al cabo de paseos y oraciones
Y cariñosas formas con el niño
Al olor fatuo de lo inexistente
Que termina, envoltura subterránea, 
Con todo lo vivido y extrañado, 
Con el esfuerzo grande y con la abulia
De los que descansamos largas horas. 




Cuando el corazón está destruido 
Y encima de la pobre cabeza enferma
Los días se desploman como membrillos
Resulta muy hermoso
Y muy agradable
Amanecer cualquier mañana sobre la cama
Completamente desnudo
Suspirando entre los larguísimos brazos de 
             la sabiduría.




Cuando la calvicie, cuando las personas
Me esperen, ya curvo señor, tras la puerta
Y exijan que pague mis deudas, que acepte
Los dientes postizos, la casa estropeada, 
Desvíe a los cielos un ojo, y el otro
Lo entierre en el patio; y el corazón, calmo
Durmiéndose a pocos sobre el vientre inflado, 
Alcance a obsequiártelo, en música envuelto
Para que no arrastre vejez repulsiva
Sin tocar la lira, aunque no me incruste
Como me incrustaba esas tardes frescas
En tus mansos pechos, en tus ojos grandes.







(Alonso Ruiz Rosas, de "Caja Negra", primera edición, con una dedicación del autor, que ayer me compré en un remate).

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