lunes, 31 de agosto de 2015

Ex Machina




Cuando se preguntaba por el amor, el mensaje llegaba
en el pico de un ave de alambre y yeso. La coloratura
resultaba apenas verosímil. Para el vuelo,          

se requería de tres tramoyistas: dos
en las poleas y otro para la flauta. Y uno pensaba
que el ingenio se esparcía como gracia.

Perdida nuestra máquina de nieblas en Correos, improvisamos
con humo. La heroína después de todo muere de tuberculosis.
Remordimiento y el crudo aire de la noche: cualquier tenor creíble

se pondría a toser. Las pasiones –tomo mis indicios
de una fuente obvia– pueda que sean mucho menos meteóricas
de lo que dictan nuestros convencionalismos, pese a que he oído

hablar de tornados que destrozan la segunda mejor cristalería
y dejan intacto todo lo demás.
Hay una certeza mejor que esa que causa la perfecta

consistencia; los griegos sabían de un dios
por el ruido que venía detrás de su descendimiento.
El corazón, triste bomba, protesta al punto que piensas

que está ya corroído sin remedio, no obstante
hay una melodía en estos contrapesos,
la voz articulada de una celebración. 


Ex Machina (LINDA GREGERSON)
Foto: Hans Kruse

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