jueves, 28 de mayo de 2015

Dos poemas




No te dé pena que la luz del día

Al final del día no más recorra el cielo;

No te dé pena que la belleza se haya ido

Del campo y la maleza al pasar el año;

No te dé pena el menguar de la luna,

Ni que la marea repliegue hacia el mar,

Ni que el deseo de un hombre tan pronto se consuma,

Y que ya no me veas con ojos de amor.

Esto siempre lo he sabido: el amor no es más

Que las anchas floraciones que el viento asalta,

Que la gran marea que remoja la inestable orilla,

Esparciendo frescos expolios juntados en la tormenta.

Que te apene que el corazón sea tardo en aprender 

Lo que la mente ágil observa a cada rato. 





(Edna St. Vincent Millay)





No tienes que ser buena.


No tienes que andar de rodillas

Por cientos de millas a través del desierto, lamentándote.

Sólo tienes que dejar al muelle animal de tu cuerpo

amar lo que ama.

Cuéntame de la desesperación, de la tuya, y te hablaré de la mía.

Entretanto el mundo sigue adelante.

Entretanto el sol y los claros guijarros de la lluvia

se mueven a través de los paisajes,

sobre las praderas y los profundos árboles,

las montañas y los ríos.

Entretanto los gansos salvajes, altos en el limpio aire azul,

se dirigen a casa otra vez.


Quien quiera que seas, no importa cuán sola,

el mundo se ofrece a tu imaginación,
te llama como a los gansos salvajes, rudo y excitante…
una y otra vez proclamando tu lugar
en la familia de las cosas. 




(Mary Oliver)


Foto: Juan Pablo Torres Muñiz

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