miércoles, 4 de septiembre de 2013

Algunos poemas de Delmore Schwartz



Los perros son shakespereanos, los niños son extraños

Los perros son shakespereanos, los niños son extraños.
Dejemos que Freud y Wordsworth diluciden al niño,
Los ángeles y los platónicos juzgarán del perro,
El perro que corre, se detiene, distiende sus ollares, que
Luego ladra y se queja; el niño que pellizca a su hermana,
La pequeña que canta la canción de Noche de Reyes,
Como si comprendiera al viento y a la lluvia,
El perro que gime escuchando concierto de violines.
¡…Oh, me pongo triste cuando veo perros o niños!
Pues ambos son extraños, son shakespereanos.

Dinos, Freud, ¿puede acaso ser que los lindos niños tengan
Simples y repulsivos sueños sobre sus funciones corporales?
Y tú, Wordsworth: ¿se encuentran ellos realmente cubiertos
Por nubes de gloria, están iniciados en la Naturaleza oscura?
El perro que rastrea humildemente en la tierra,
El niño que da crédito a los sueños y teme la oscuridad, 
Saben más y menos que ustedes: saben ellos muy bien,
Que ni los sueños ni la infancia a todo responden bien:
Son también ustedes extraños; los niños, shakespereanos.

Contempla al niño, contempla al animal,
Extraños bienvenidos, pero estudia las cosas cotidianas,
Sabiendo que cielo e infierno están a nuestro alrededor,
Pero esto, esto que decimos antes de arrepentirnos,
Esto que vivimos por detrás de nuestros rostros ocultos
No es sueño, tampoco infancia, mito o paisaje, 
Ni algo definitivo, o finalizado, puesto que
Inacabados somos y ningún futuro conocemos,
Y nuestras almas desgastamos al aullar y danzar,
En rítmicas sílabas delante del telón, pues,
Somos extraños, somos shakespereanos. 


                    *     *     *


Calmadamente atravesamos este día de abril

Calmadamente atravesamos este día de abril,
Poesía de la urbe, allá y aquí,
Sentados en el parque el pobre y el rentista,
Los niños revoltosos, el automóvil
Que se aleja, fugitivo, por nuestro lado,
Entre el obrero y el millonario,
El número es lo que proporciona la distancia,
Es ahora el año de mil novecientos treinta y siete,
Ausentes están muchos de nuestros grandes afectos,
¿Qué vendrá a ser de ti y de mí
(Esta es la escuela en que aprendemos…)
Más allá de la foto y la memoria?
(… que el tiempo es el fuego en que ardemos.)
 (Esta es la escuela en que aprendemos…)
¿Qué es el yo en medio de este fulgor?
Lo que soy yo ahora era ya entonces,
Eso mismo que retomaré y otra vez soportaré,
La teodicea que escribí en mis días de colegio
Regeneraba toda vida a partir de la infancia,
¡Los niños bulliciosos rebrillan mientras corren 
(Esta es la escuela en que aprendemos…)
Por completo enloquecidos en su juego pasajero! 
(… que el tiempo es el fuego en que ardemos.)

¡Tan ávida su prisa, la de este alocado fulgor!
¿Dónde están mi padre y Eleanor?
No dónde están ahora, ha siete años muertos,
Sino, ¿qué es lo que eran entonces?
¿Nada más? ¿Nada más?
Desde mil novecientos catorce al presente,
Bert Spira y Rhoda se consumen, consumen
No el lugar donde ahora están (¿Dónde están ahora?)
Sino lo que eran entonces, hermosos los dos;

Cada minuto estalla en la ardiente habitación,
El gran globo gira alocado en el fuego solar,
Arrojando de sí lo trivial y lo único.
(¡Cómo relumbran todas las cosas! ¡Cómo refulgen!)
¿Qué soy yo ahora que era ya entonces?
Que la memoria restituya una y otra vez
El más pequeño color del día más breve:
El tiempo es la escuela en que aprendemos,
El tiempo es el fuego en el que ardemos.