martes, 10 de enero de 2012

Black Dogs (Ian McEwan)

Este fue uno de los últimos libros que leí el año pasado. Tiene un comienzo muy bueno, verdaderamente prometedor. El narrador nos introduce a su problemático universo familiar, su peculiar manera de compensar la ausencia de sus padres, su posterior aventura matrimonial con Jenny Tremaine, sus remordimientos.

En el relato hay un tono de misterio, de velado pavor, de irrealidad, que encandila y atrae. Sin embargo, el núcleo de la narración se va apartando de este primer universo para asentarse en el de la relación de los padres de su esposa, la pareja que conforman Bernard y June Tremaine. Del presente (violento, absurdo, algo cínico) nos trasladamos al final de la segunda guerra mundial, cuando ellos dos se conocen, y desde allí avanzamos hasta la caída del Muro de Berlín. Hay algo inquietante, indescifrable que flota en la narración que fluye dentro de este periodo. Nos preguntamos que ha separado tan drásticamente a Bernard y June. Es necesario retornar al final de la guerra.
Todo el relato es verdaderamente muy interesante, el libro no se puede soltar, el autor nos va preparando para la presentación final de su versión de lo que aconteció en una región al sur de Francia, un lugar de misteriosas connotaciones, allá en 1946.
Pese a que el libro me ha entretenido mucho, al final me ha parecido que la intención de exponer una idea ha opacado el natural desarrollo de la problemática de unos personajes muy interesantes. Además el inicial tono misterioso, evocador de lo invisible o incomprensible, se diluye un poco o se simplifica. Uno se pregunta si la discrepancia de June respecto del dogmatismo marxista de Bernard es suficiente para provocar una separación tan dura entre ambos. Aquí tengo la impresión que ha primado claramente el propósito del autor de contraponer dos “visiones” del mundo (una materialista y una espiritual, digamos) y mostrar que ambas son excluyentes e insuficientes, que el de conducirnos al interior de sus personajes.
En efecto, la transformación de June de una comunista ortodoxa a una creyente en Dios (no específicamente vinculada con una religión o un dogma determinados) me parece más una evolución natural, que obedece a una forma personal de experimentar la vida, que un cambio profundo, una conversión o un giro en lo más íntimo de ella. Su preocupación por solucionar los problemas de la humanidad, su entusiasmo por sacar el mejor partido a la vida, por combatir lo malo de este mundo sigue presente y eso constituye un fuerte lazo vital que la une a Bernard. Su desencanto de la ideología comunista (su convencimiento de hay otra forma de hacer frente al “mal” y su nueva definición de lo que ésto es) no resulta suficiente, en realidad, para justificar su completa separación de Bernard.
No se logra entender, dentro de las coordenadas del relato, que este hecho haya provocado tal distanciamiento, tanto como no resulta convincente que sus particulares formas de entender la vida (Bernard también se descanta del Partido, allá por los ´50s) sean verdaderamente excluyentes, al menos no suficientemente diferentes como para imposibilitar la convivencia de dos seres que se aman.